Juvenil

Instrucciones para boicotear museos (fragmento de la novela TheLodge.com 1)

Vamos a reventar uno de los museos más famosos del mundo: el Museo del Prado de Madrid. La operación no va a ser sencilla, pero hemos encontrado el modo de entrar en el recinto sin que nadie se dé cuenta de lo que vamos a hacer. Deben saber que entramos donde queremos, cuando queremos y como queremos. Somos imparables. Con esta acción el mensaje les va a quedar meridianamente claro. Entonces estarán a nuestros pies. Todos. Sin excepción. Esto es lo que vamos a hacer. 

Tribadist es una empresa internacional de logística especializada en artilugios muy costosos y difíciles de fabricar para contextos únicos o singulares como los grandes museos. En los últimos tiempos uno de sus productos estrellas son los sistemas de sujeción de cuadros. Han inventado un artefacto que es una aleación de titanio, aluminio y mercurio que tiene el tamaño de una lenteja. Es extraordinariamente maleable, como si fuese de plastilina y posee un magnetismo insólito que le permite realizar sujeciones de peso superiores a 1000 kilos. Al mismo tiempo se adhiere a las paredes sin necesidad de agujero o garfio alguno. Son como clavos y ganchos con wifi, sin cable. En resumen, a partir de ahora, la Gioconda de Leonardo da Vinci se colgará en su muro del Louvre de París con un especie de chicle de quita y pon. El nombre que se les ha dado no es muy original: sistema lapa. Ya sabes, las lapas son esos molusquitos con concha con forma de paraguas abierto que se pegan a las peñas y no hay manera de arrancarlas.

Bien, nosotros nos hemos atrevido a hacer una pregunta: ¿qué pasaría si ponemos dentro de estas lapas prodigiosas otro artilugio aún más prodigioso como es el nanodrón que acaba de desarrollar una de nuestras empresas japonesas? Ya sabes, la nanotecnología es la nueva maravillosa manera de fabricar todo tipo de aparatos a una escala mínima, invisible al ojo humano y solo accesible para los microscopios más potentes. También deberías saber lo que es un dron: mini artefactos voladores. ¡Eso es! ¡Tenemos lentejitas superpoderosas capaces de moverse de un lado al otro por el aire sin que nadie las pueda ver! ¿Ya has entendido lo que vamos a hacer dentro del gran museo, verdad?

Ha resultado sencillo hacernos con la propiedad de esta empresa Tribadist. El dinero para nosotros nunca es el problema. El gerente del Prado de Madrid no se resiste a nuestra oferta de sustitución de todos sus viejos sistemas de sujeción de cuadros por las lapas mágicas. Tampoco tenía otra opción que la de aceptar. La prensa lleva meses dando las noticias de que las grandes pinacotecas del mundo, como el Moma de Nueva York, la National Art Gallery de Londres o el Hermitage de Moscú han comenzado a instalar ya esta nueva tecnología que dota de una incomparable seguridad a las obras maestras pictóricas, pues no solo las agarra sin posibilidad alguna de separación, aunque haya un terremoto, sino que asegura que los traslados a los que se someten las obras estén absolutamente protegidas a todo amenaza de movimientos. El Prado no puede ser menos seguro que las demás grandes pinacotecas. Somos contratados. Hemos conseguido entrar en la cámara acorazada e impenetrable.

En solo dos semanas todos los cuadros del Museo del Prado cuentan con nuestro revolucionario sistema lapa con nanodrones incorporados. Los goyas, velázquez, tizianos, el Jardín de las Delicias y otros ocho mil cuadros, algunos de ellos entre los más importantes de la Historia del Arte, están en nuestras manos, y nunca mejor dicho. Los podríamos evaporar, los podríamos pulverizar o sacarlos por las ventanas con un solo click de un botón. Pero no haremos algo tan destructivo y grosero, para qué, nos odiarían, solo queremos que no haya duda sobre quién tiene el control. 

A las 20:45, cuando se acerca la hora del cierre, el altavoz advierte a los ya escasos visitantes de que deben ir abandonando el museo. Los guardias apremian a los que no se mueven. Es martes. La fiesta va a empezar en la sala de los cuadros de Diego de Velázquez, el maestro de los maestros. En este espacio circular se cuelgan una buena parte de las joyas de este pintor. Sobre todo nadie que pisa el Prado se quiere perder la contemplación de Las meninas. El lienzo mide casi cuatro metros de alto y casi tres de ancho. Es un autorretrato del pintor, un selfie en pintura de óleo, es un elogio al poder del arte que se representa superior al poder terrenal y político, es también una fotografía del siglo XVII de un instante cotidiano en una estancia del palacio que habita Felipe IV y su familia… El cuadro está lleno de posibles interpretaciones. Es un enigma en sí mismo: ¿qué quería Velázquez mostrar de la realidad del mundo? Quizá lo mismo que nosotros al hacer lo que estamos haciendo: asombrar y llenar de dudas a los contempladores, los cuales empiezan a flipar, quedan cinco visitantes y tres guardias en la sala de los velázquez, cuando el cuadro de Las meninas abandona su pared. Está volando. Es como si levitase dos metros por encima del suelo. Lentamente se va acercando al centro del espacio circular. Parece que de repente las figuras del cuadro han tomado vida y han saltado del marco, pero en realidad es todo el cuadro con marco y cristal y todo que ha tomado vida. Nuestras lentejas mágicas son las que los pasean por el aire como si fuesen globitos de helio de esos que les encantan a los niños. Los atónitos espectadores piensan que se trata de una performance y miran sonriendo. Sin embargo, los vigilantes están como petrificados, absolutamente perplejos, sus rostros muestran terror, no tienen ni idea de que está sucediendo. Los tres a la vez llaman a la centralita de seguridad para tratar de explicar qué está sucediendo, aunque no hace falta: lo están viendo en directo a través de las cámaras de vídeo internas. Empiezan a sumarse más pinturas. De Velázquez alzan el vuelo libre Los borrachos y el Cuadro de las lanzas, otras tantas pinturas de Murillo, Zurbarán, Ribera, Rafael, Durero, Rubens… A las 20:55 por las salas y pasillos del museo un reducido grupo de personas privilegiadas asisten con la boca abierta, sin poder articular palabra, detenidos en sus sitios con miedo a ser atropellado por algún santo, jesucristo, diosa griega o infanta real de varios siglos de edad que se hallan a sus anchas flotando como cometas sin hilo. Desde la seguridad del museo llaman a la policía, a los bomberos, al ejército, al presidente del gobierno de España… Y los que reciben la alarma no son capaces de entender que se supone que tienen que hacer o que les están denunciando: ¿Es un robo? ¿Un atentado terrorista? ¿Vándalos rompiendo obras maestras? ¿Qué dice… que acaba de ver a las dos majas de Goya y a las tres gracias de Rubens pasar a centímetros de su cara y luego irse como volando? La confusión es total. 

Cuando quedan tres minutos para las nueve, hora de cierre, un grupo de diez cuadros se alinean en la nave central del museo, que es una galería de techo acristalado que se encuentra en la primera planta y tiene unos treinta metros de longitud. Allí se alinean en fila, elevados como un metro por encima del suelo, la gente se estrecha cuanto puede contra las paredes. Forman como láminas unas enfrente de las otras separadas regularmente por tres metros. Aquellos que observan la escena desde la puerta de entrada oeste del museo, la conocida como puerta de Goya, pueden ver en primer lugar a Las meninas de Velázquez, que tienen detrás el tríptico de El Bosco en el que se representan paraíso, purgatorio e infierno, a su vez se halla detrás El descendimiento de Van der Weyden, luego Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya, otro de Rubens, el Greco, Rafael, Caravaggio… Los cuadros levitan en posición horizontal. Son diez, y se corresponden con los considerados más importantes del Museo del Prado por sus propios responsables. A las nueve en punto, los diez cuadros pierden su superpoder que les hacía volar y caen al suelo. Cascan los marcos como si fuesen diez nueces golpeadas al mismo tiempo. El ruido es estremecedor. Maderas, junturas y cristales se hacen añicos. Sin embargo los lienzos, el fruto interior del envoltorio destruido, remonta el vuelo como si fuesen mariposas que hace un segundo estaban disecadas y acaban de ser liberadas. Las lapas con nanodrones pegados en la parte trasera de los lienzos hacen que estos permanezcan en el aire. Se doblan con agilidad, su cuerpo es flexible, parecen alfombras mágicas. Todas ellas vuelan con gracia hacia la sala de los velázquez donde este espectáculo empezó hace quince minutos. Llegan allí volando y como quien se sienta a descansar después de una fatigosa caminata se posan con delicadeza en el suelo, de manera que sus espaldas tocan con suavidad las paredes. Todas las obras maestras están intactas. Ninguna ha sufrido rasguño alguno. 

Esta ha sido la gamberrada más misteriosa y sonada de la historia de la humanidad. Nos va a servir para que sepan que hasta lo que ellos consideran más sagrado y a salvo, en realidad, es también extraordinariamente vulnerable.